Alemania, el país que más asiduamente recurre a la sacarosa, sólo
tendría que deshacerse del 2,7 por ciento del total de las viñas
europeas condenadas a desaparecer (18.746 hectáreas). La cuota para
Francia es de un 23,4 por ciento (161.000 hectáreas) y ligeramente
superior para Italia, el 26,1 por ciento (180.241 hectáreas). A la
viticultura española se le reclama que contribuya con el 38,9 por ciento
del esfuerzo medido en superficie afectada.
La polémica,
en realidad, va más allá de una competencia vitícola norte-sur. Lo que
se cuestiona es el inadecuado modelo de producción vitivinícola europeo,
con grandes excedentes a los que hoy se da salida mediante
destilaciones obligadas que merman de manera considerable el valor
añadido y, por tanto, reducen las rentas de los agricultores.
Esta
política choca frontalmente con la evolución mundial de los mercados.
El consumo de vino desciende año tras año, acorralado por las aguas
minerales, las cervezas y los refrescos. Ante esta tesitura sólo cabe potenciar la calidad.
Serían, por tanto, los viñedos de inferior categoría, aquellos cuyas
condiciones naturales no permiten la elaboración natural de vino sin
añadir sacarosa, los afectados. Esto apunta directamente a las zonas
donde la chaptalización es práctica legal (en España está prohibida).
Desde
luego, a nadie en su sano juicio se le ocurriría tocar un solo pámpano
de la Romanée-Conti, por citar un ejemplo insigne; pero precisamente
este mítico viñedo borgoñón no chaptaliza sus vinos e incluso trabaja
con métodos ecológicos —nada de abonos químicos—.
Igual
sucede con otras bodegas francesas y alemanas cargadas de tradición y
prestigio; pero deberían ser precisamente las zonas productoras de vinos
corrientes de baja graduación donde se buscase la alternativa al modelo
actual favoreciendo, por encima de otras consideraciones.
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