Ya en el pasado siglo
los vinos del Penedés llegaban a los confines continentales, rezumando en las
barricas depositadas en las bodegas de los navíos, en los primitivos vagones de
tren o aguardando en los <<docks» a que fueran por las codiciadas
unidades vínicas, para distribuir sus contenidos o bien vaciarlas poco a poco,
como si fueran auténticas “botes del recó”
Remontándonos a la dominación romana de nuestro país, ya se fijaron aquéllos los límites del Penedés con sus dos famosos monumentos: el Puente del “Diable”, en Martorell, y el Arco de Bará, en Roda. Sabemos que los romanos cargaban, en los pequeños puertos de nuestra comarca, galeras de ánforas llenas del apreciado Penedés de aquel entonces.
Y digo de
aquel entonces, porque aquellos vinos eran diferentes de las de ahora. Tendrían
más cuerpo por crecer las cepas —no abonadas— a su antojo y sus mostos no eran
transformados en vinos siguiendo reglas ortodoxas. Incluso podríamos afirmar
que esos vinos eran dulzones, siendo quizá tal característica muy estimada por los
paladares del principio de nuestra era.
Volviendo
a la época inicial de nuestros vinos viajeros —finales del siglo XIX— podemos
catalogarla de «edad de oro» de nuestro vino, puesto que se divulgaron las
cualidades del líquido Rey por todo el mundo.
Pero como
no hay bien ni mal que cíen años dure, pronto se dejó ‘sentir una fatal plaga,
la filoxera, que fue exterminando todas las cepas aborígenes, teniéndose que cambiar
las viejas plantas viníferas por las llamadas americanas, resistentes éstas a
la terrible enfermedad.
Cuando
las nuevas cepas dieron ya, buen fruto, un ilustre panadesense hizo nacer en
San Sadurní de Noya la elaboración del champaña de cava, propagándose más tarde
dicha elaboración a diferentes puntos de la comarca.
Los
espumosos juegan aquí una baza importantísima, porque además de valorar las
uvas, prestigian el Penedés porque aquí se elaboran la casi totalidad de los
espumosos de cava de España.
Poseemos
ahora a una de las piezas de más valor en nuestra comarca. Mencionemos la
número uno, el Museo del
Vino, que es algo así como una cinta de largo metraje sobre el tema central:
tierra-cepa-vino. En el Museo figuran también valiosísimos exponentes del arte
vitivinícola de otras latitudes.
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