martes, 28 de marzo de 2017

Homenajes al vino de Jerez III

No se puede seguir adelante, ni terminar, sin dar fe de un ilustre desaparecido; un nombre fundamentad: Julián Pemartín; Jerezano, alto como un ciprés —«el ciprés» se llama la glosa que le dedicara Eugenio d'Ors—; «de profesión, señorío»; extraordinario, agudísimo, fino cultivador de la poesía de circunstancias; minucioso investigador; enamorado de la matemática de las palabras.



Julián Pemartín, autor de un «Diccionario del Vino de Jerez», del que nadie, para conocimiento de la materia y sus fuentes, puede prescindir; y, además, de unas «Aleluyas del vino de Jerez»:
... Como la genealogía
es principio que respalda,
empezaré por la mía:
mi madre fue una esmeralda...

También de ocho décimas, en junto tituladas «Ovación a los oficios del vino de Jerez», autor del «arco triunfal» que se produce de la venencia a la copa, quien la usa:
...Con pulso de puntillero,
sin violar la florescencia
ha clavado la venencia
en el dormido venero...

...Y no acabo; no acabaría (y sentiría hacerlo sin nombrar a los hermanos José y Jesús de las Cuevas, doctos, doctores en vida y milagros del vino jerezano)...; pero hay que terminar; y creo que bueno será volver, temporalmente, atrás, porque la cita se lo vale; y no por sabida, sin duda, por muchos, voy a silenciarla; se trata —«pusiéronse en pie los Jueces...»— de William Shakespeare; en una escena —exactamente la III, del acto IV, de la segunda parte— de su «Enrique IV».

Falstaff —ese personaje cómico, que en otros lugares también asoma, entre Sancho Panza y el Panurige de Rabelals—, suelta una divertida y extensa parrafada —cuya íntegra lectura aconsejo— de elogio y homenaje al vino de Jerez; me limitaré a transcribir las últimas palabras: «...Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les enseñaría seria abjurar de toda bebida insípida y dedicarse al Jerez».

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